Diane, una joven estudiante, fue a visitar a unos amigos esa noche y la conversación estaba tan animada que no se fijó que las horas pasaron rápidos. Tuvo que retornar a su casa ya muy tarde.
Pero no tenía miedo, porque vivía en una ciudad pequeña y tranquila.
Pero en cuanto caminaba hacia su casa, le pidió a Dios que la llevara a salvo de cualquier mal o peligro.
Cuando llegó a un cruce, notó que al final de la calle oscura había un hombre parado y parecía que la estaba esperando.
Diane se puso nerviosa y comenzó a rezar pidiendo protección de Dios.
En ese instante, un sentimiento de tranquilidad y seguridad la envolvió y sintió como si alguien estuviese caminando junto a ella, llegó al final de la calle y caminó en dirección del hombre que se encontraba en la esquina, pero nada le ocurrió llegando sana y salva a su casa.
Al día siguiente la joven leyó en el periódico que una jovencita había sido violada en esa misma calle, unos 20 minutos después que ella pasó por allí.
Sintiéndose mal por esta tragedia y pensando que podría haber sido ella, comenzó a llorar y dio Gracias a Dios por haberla cuidado y rogó que ayudara a la joven.
Decidió irse a la delegacía de policía, creyendo que podría reconocer al hombre y les contó su historia.
El delegado le preguntó si estaría dispuesta a identificar al hombre que había visto la noche anterior en esa calle. Prontamente cedió y reconoció al hombre. Cuando el hombre supo que había sido identificado se rindió y confesó su crimen.
El delegado con dudas, le pregunta al hombre porque no le había hecho nada a la primera joven que pasó por la calle, que era Diane.
El hombre respondió: “ Porque ella no estaba sola…, había dos hombres altos caminando uno de cada lado”
Moral de esta historia: Nunca subestimes el poder de la Oración.
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